07 septiembre 2013

"No soy un monstruo"

"Superaré lo que he pasado, pero tú enfrentarás el infierno por toda la eternidad. Tu infierno apenas comienza”.

Esas fueron las palabras que pronunció Michelle Knight a su victimario, quien la tuvo secuestrada en un sótano por largos y terribles diez años, tiempo durante el cual fue violada y golpeada reiteradamente.

El victimario, de nombre Ariel Castro, ni siquiera volteó a mirar a Knight. No le hizo mella aquella “sentencia” que venía del alma. Sentado junto a su abogado defensor, tenía las manos entrelazadas y la mirada clavada en el piso: acababa de escuchar la sentencia del juez, esta sí demoledora y terrible: prisión perpetua y más mil años de condena por 937 cargos en su contra, ya todos aceptados. En otras palabras, pasaría toda su existencia en prisión y, sí, efectivamente, su infierno apenas comenzaba.




El juez de Ohio, Michael Russo, señaló: “No mereces estar fuera en tu comunidad, eres demasiado peligroso”. Y es que Knight no fue la única víctima. En realidad fueron tres las que durante una década completa fueron tratadas como esclavas sexuales. Violadas una y otra vez y luego, con golpes en el estómago, obligadas a abortar. Las otras dos mujeres fueron Amanda Berry y Georgina DeJesus, quienes, cansadas por todo lo que habían sufrido, ya no quisieron asistir a la sentencia de Castro ni pronunciar jamás palabra alguna sobre esto.

Además, hubo una cuarta víctima: Jocelyn, la hija de seis años que tuvo con Berry durante el secuestro y que también permanecía en cautiverio, aunque algunas veces era sacada para que viera a su abuela.

Luego de saber esto, las palabras de Russo ya no se escuchan tan fuera de lugar: "No hay lugar en esta ciudad, no hay lugar en este país, no hay lugar en el mundo para quienes esclavizan a otros. Nunca será liberado de la reclusión durante el periodo de su vida natural por ninguna razón”. Aplastante, como un sepulcro. 

“SÓLO ESTOY ENFERMO”

Castro, de origen puertorriqueño, quien permaneció con su rostro incólume, parecía que vivía en otra realidad. Como si él fuera la víctima de estas tres mujeres y tratara infructuosamente de defenderse. Lo más que concedió fue un tímido perdón, no más, y siempre justificando sus actos.

En la audiencia se dirigió a las familias a quienes les dijo: “Realmente lo siento. Por favor encuentren algo en su corazón para perdonarme”. Luego vinieron sus explicaciones: “No soy una persona violenta. Simplemente las mantuve ahí para que no se pudieran ir. No soy un monstruo, sólo estoy enfermo. Tengo una adicción, como un alcohólico tiene una adicción”.   

Y entonces, Castro se comportó como si fuera torturado por todas aquellas personas. E insistió en su fuerte adicción al sexo, al grado de estar totalmente controlado por sus impulsos carnales: “Creo que soy adicto a la pornografía al punto de que me hace perder la cabeza. No intento poner excusas. Soy una persona feliz por dentro”, dijo para sorpresa y enojo de los presentes en el juicio.

Mencionó que sabía que tenía un problema y que era algo que padecía todos los días. Pero que eso no lo hacía mala persona. Incluso pidió que preguntaran a sus hijos, pues ellos afirmarían que era el mejor padre del mundo.

Todas las palabras de Castro fueron escuchadas atentamente por el juez Russo, quien fríamente explicó que con lo que había dicho quedaba demostrado que no había tal enfermedad, pues el victimario no actúa así con todas las mujeres, sino que es capaz de decidir a quién quiere victimizar.

“¡NOS SALVARON!”

Luego de permanecer una década en cautiverio, las tres mujeres fueron rescatadas prácticamente por un acto fortuito. La policía Barbara Johnson relató cómo encontró a las víctimas después de escuchar unas pisadas en un cuarto de una casa vecina.

Ella y otro oficial inspeccionaron y, apenas abrieron el cuarto del cautiverio, Knight se colgó prácticamente del agente, mientras gritaba desaforada: “¡Nos salvaron!, ¡nos salvaron!”. Todas estaban muy pálidas, muy delgadas, y, lo peor, muy frágiles emocionalmente. 


El lugar donde estuvieron encerradas es realmente tétrico. Lo encontraron lleno de basura, y con un pequeño espacio donde hacían sus necesidades físicas sin que éste fuera limpiado por días. Junto a un tubo que había dentro, encontraron además algunas cadenas con las que eran amarradas.


Al final del juicio, a Ariel Castro, de 53 años, se le veía tranquilo. Sabía perfectamente lo que había hecho y que ya no podía argumentar nada más para salvar la cadena perpetua, con los cientos de cargos por violación que pesaban en su contra y que ya anteriormente había aceptado.



Incluso su deseo de que no lo calificaran como un monstruo había resultado infructuoso. Evidentemente no fue calificado así por el juez, pero sí por la prensa, que desde que comenzó su cobertura lo llamó simplemente “El monstruo de Cleveland”.   

08 agosto 2013

¿Dónde estás Javier Ovalle?

Sandra, han pasado más de 25 días desde tu terrible asesinato y muchas preguntas siguen sin respuesta. Las autoridades policiacas aún dan palos de ciego y no saben mucho más de lo que se sabía casi desde el principio: que viajaste ilusionada al Distrito Federal desde Ixtapaluca, Estado de México, con la idea de conseguir, por fin, un buen empleo, y que todo resultó ser un vil engaño.

Nada de ese atractivo trabajo como edecán que te prometieron. Ni buen sueldo ni viajes ni nada. Todo fue una trampa, de la cual te diste cuenta demasiado tarde, cuando estabas en aquel departamento con ese desconocido. Ni una seña del “amigo” amable y simpático que te escribía en Facebook. Ahora todo eran gritos y manotazos. Luego vinieron los golpes, muchos golpes. Pobre de ti.

En esas circunstancias, y sin que nadie supiera de tu paradero, te debiste de haber sentido el ser más solo del mundo. Eras tú y tus deseos de vivir contra la furia de aquel muchacho. Tú sola luchando contra toda esa violencia social representada en ese chico. Nada que hacer.

HALLAZGO FATAL

Casi un mes después del crimen, las evidencias de tu paso por la Ciudad de México siguen siendo sólo dos: una videograbación del Metro, donde quedó registrado tu encuentro con un hombre en la estación Tlatelolco, el pasado jueves 27 de junio. Se trata, ni más ni menos, que de la última imagen tuya con vida.




La otra prueba es tristemente irrefutable, dolorosa por lo evidente. El domingo 30 de junio fueron halladas dos bolsas negras con partes de tu cuerpo cercenado. Una de ellas contiene tu pierna derecha y parte de tu pelvis; la otra, el tronco y la cabeza. La primera bolsa fue encontrada por un vecino en el acceso A del edificio “Juan Álvarez” en la Unidad Habitacional Tlatelolco. Horas después, a no más de 300 metros, se descubrió la segunda.

Ese fue el fin de tu historia, pero ya dos días antes -cuando llevabas un día desaparecida- había comenzado otra: el rechinar de dientes de tus padres, que hubieran dado todo con tal de que regresaras a casa con bien. Se encomendaron a todos los santos y desearon que todo fuera una pesadilla, horrible, sí, pero al fin y al cabo una pesadilla de la que pudieran despertar.   

Pero es imposible luchar contra las pesadillas cuando se está despierto. Mientras repartían hojas con tu retrato, a tus padres les llegó la peor noticia de su vida: encontraron los restos de una jovencita con tus características físicas: cuerpo delgado y de piel morena clara.

¿Es posible? ¿Tal vez se trate de alguien más? “A veces se comenten errores”, anhelan con su pensamiento tus padres. Esta vez no. Ahí estabas tú. Nadie más. Sólo tú. Las pruebas de ADN no entienden de súplicas.

GENIO Y FIGURA

Pero, ¿y quién es el muchacho con el que te viste en el Metro Tlatelolco? Hasta ahora se sabe muy poco. Nombre: Javier Méndez Ovalle. Edad: 19 años. Ocupación: Estudiante. Y no cualquier estudiante: en 2011 obtuvo la medalla de oro en la XXII Olimpiada Nacional de Física, y en 2012 ganó un bronce en la Olimpiada Internacional de Física en Estonia.

Apenas en septiembre del año pasado fue felicitado públicamente por José Ángel Córdoba Villalobos, en ese entonces Secretario de Educación Pública, por sus logros académicos.

Ahora, este notable estudiante del Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos 9 (CECYT) del Instituto Politécnico Nacional es el principal sospechoso de tu asesinato. Luego de llevarte a su departamento de Tlatelolco, abandonó repentinamente su hogar. No hubo ninguna pista de él… hasta el jueves 4 de julio, cuando un par de agentes lo encontraron en Otumba, Estado de México.


Tras una intensa persecución, logró escabullirse y perderse entre la gente. Esa fue la última vez que lo vieron. Desde entonces ha apostado por el fenómeno físico de la invisibilidad.

Sus padres no dan crédito a todo lo que está sucediendo. No entienden. Su hijo nunca mostró ningún comportamiento extraño, mucho menos violento. Siempre fue un gran estudiante y deportista: toda su vida practicó el Taekwondo y el futbol americano. Era de carácter reservado y disfrutaba mucho de estar en casa. Según declaraciones anónimas de algunos de sus conocidos “arrancarle un saludo era más que complicado”.

En caso de ser culpable, ¿por qué lo hizo? ¿Qué lo llevó a cometer tal atrocidad?

En caso de ser culpable, ahora huye despavorido y con justa razón: una vez capturado, sabe que todo habrá terminado para él.

En caso de ser culpable…

TRAS SU HUELLA

Por lo pronto, los agentes siguen atrapados en un laberinto de cabos sueltos y falta de pruebas. Dicen que posiblemente Javier haya huido a Rumania, donde tiene familiares.

Hasta ahora las pesquisas no apuntan a nadie más. Veamos: él fue el último en verte con vida, Sandra. Te llevó a su departamento y tres días después apareciste desmembrada. Luego huyó y se borró del mundo. Las autoridades ya analizan su departamento para despejar cualquier duda sobre si estuviste o no ahí tus últimos días.

Pero acaso la prueba más contundente de su culpabilidad sea el rostro arañado que, según algunos testigos, le vieron a Javier. En caso de ser culpable, fueron tus uñas las que lucharon por tu vida. Tus uñas, tus manos, tus brazos…los mismos que aún no se encuentran por ningún lado.

Y pensar que sólo eras una chica incauta de 19 años que deseaba trabajar…

¿Dónde estás, Javier Ovalle?  



25 junio 2013

Metinides, el incansable

Trece costillas rotas, varias fracturas, lesiones en distintas partes del cuerpo y un infarto es el saldo, apenas el menos doloroso, que le dejó a Enrique Metinides su carrera de más de 50 años como fotógrafo policíaco.

El otro, el saldo más desagradable y que aún le punza en la cabeza como un piquete de avispa, es que vivió para el fotoperiodismo y se olvidó de sí mismo y de su familia. 

“Nunca pude estar con ellos. Todos los días trabajé día y noche, sin descanso”, dice Metinides ahora que han pasado casi dos décadas desde que tomó la última imagen para La Prensa, el periódico donde desarrolló prácticamente toda su labor como fotógrafo.

“Raramente dormí una noche entera”, insiste Metinides, quien además de acostumbrar irse a la cama vestido (por aquello de ganar tiempo por si ocurría una emergencia) solía rastrear todas las noches los percances de la ciudad de México con su radio de la policía.

Tampoco era extraño que luego de un doble turno, y a punto de conciliar el sueño, llegara una ambulancia a su casa -enviada por su propio periódico- para que fuera a cubrir una tragedia al otro lado de la ciudad.

Y ahí estaba de nuevo Metinides, en medio de la acción, sin un atisbo de cansancio, listo para afrontar cualquier situación de peligro. Metinides el imparable, el que siempre estaba en el lugar de los hechos antes que todos.

El drama bajo la lente del fotógrafo de la muerte...

Un retrato de Metinides tomado por alguno de sus compañeros lo define totalmente: se le ve en pleno salto, congelado en el aire, en medio de dos trenes descarrilados. Como si fuera una figura de acción, Metinides “jugaba” a ser intrépido. 

Con la adrenalina a tope y con el deseo de obtener la mejor imagen, a veces le resultaba difícil medir riesgos: dos veces estuvo a punto de morir –quemado y atrapado en el derrumbe de un edificio- pero se salvó de puritito milagro.


Un Metinides resignado que acepta su propio destino, afirma: “Podría seguir indefinidamente, sin un día de descanso. Algo ocurrirá, recibiré una llamada, a cualquier hora del día o de la noche, y contestaré, me vestiré y partiré. Nunca pude planificar unas vacaciones, ni un fin de semana fuera. Ni dedicar tiempo a mi familia. Trabajar para La Prensa no era una tarea que pudieras dejar a las seis de la tarde e irte a casa a cenar”. 

ESTÉTICA DE LA MUERTE

Metinides vive en el retiro, pero sigue sin descansar. Ya fuera del diarismo se ha dedicado a ordenar su archivo fotográfico, a colocarle su firma, y a vigilar el positivado de su trabajo, es decir, el proceso en el cual se traslada la imagen del negativo al papel fotográfico.

Y es que desde el 2000, cuando se publicó El teatro de los hechos -el primer libro que reunió su trabajo- su obra fotográfica sufrió una transfiguración: de ser simples fotografías de prensa de acontecimientos trágicos, se convirtieron en instantáneas poderosas, en las cuales no pocos especialistas de la imagen en todo el mundo hallaron rasgos artísticos.

Desde entonces, las fotografías de Metinides se instalaron en las galerías de arte más importantes de todo el mundo y únicamente aparecen en las páginas de los periódicos para ilustrar una nota sobre una nueva exposición o un reconocimiento.

Siempre presente en las peores tragedias.


Ni que decir de los libros. Recientemente se publicó uno más: 101 tragedias de Enrique Metinides (Blume), donde el propio autor seleccionó las que considera son sus mejores 101 fotografías.

Sobre la nueva percepción que hay sobre su trabajo, la especialista Trisha Ziff, responsable de la edición de este nuevo volumen, explica: “Las imágenes de Metinides forman ahora parte de un mundo nuevo, han pasado de ser dominio de la nota roja a las salas de las galerías de arte”.

Y más adelante: “Contemplamos sus fotografías y pensamos que hay bastante tristeza, tragedia y mala suerte como para agotar las energías y la curiosidad de cualquiera; suficiente para anhelar escapar del caos y la pena y no hacer ninguna fotografía más. Pero Metinides se ha mantenido ahí, en el epicentro. Y en lugar de querer olvidar, le apasiona recordar todos los detalles”.
"Ni te imaginas todos los muertos que vi", dice El Niño. 
DRAMAS HUMANOS 

También recientemente, Metinides recibió un homenaje en el mítico salón de baile “Los Ángeles”, en la ciudad de México, por parte de la agencia Cuartoscuro, dirigida por el reconocido fotoperiodista Pedro Valtierra.

Ahí, en ese ambiente nocturno, al que tanto está acostumbrado el “fotógrafo de la muerte”, recibió el reconocimiento “Cámara de Plata” por su trayectoria de más de medio siglo.

Se le veía contento, tranquilo consigo mismo y aún sin dar crédito a todas las cosas sorprendentes que vivió durante su carrera:

“Qué suerte mano, imagínate, ¡yo era un niño cuando el ‘Indio’ Velázquez me llevó a trabajar a La Prensa!”…

“Ni te imaginas todos los muertos que vi. Si los juntara, formaría montañas de cadáveres”…

“Una vez, te lo juro, presentí que se caería una avioneta y a los pocos minutos que se cae. Me llevé la exclusiva”…

“¿Y qué crees? Un día, gracias a mi fotografía, dieron con el asesino. No, mano, era fabuloso todo eso”…

Para Metinides la fotografía fue sólo un medio para conocer lo que verdaderamente le interesaba: las historias de vida de quienes aparecían en sus imágenes.   

Y ahí, rodeado por decenas de personas que admiran su trabajo, “El niño” Metinides no se aburre de recordar cada una de sus historias. También para eso es incansable. (Juan Carlos Aguilar García)      

05 junio 2013

Alarma!: más allá de la nota roja

Las Poquianchis, caso célebre 
En medio siglo de existencia, Alarma! ha traspasado las fronteras del periodismo policíaco y se ha insertado en la vida cultural de nuestro país. Muestra de ello son las múltiples influencias que este semanario ha tenido sobre escritores, periodistas, dramaturgos, cineastas y músicos.

Las creaciones son igual de diversas. Actualmente existen novelas inspiradas en casos revelados por Alarma!, siendo el más ejemplar el de Las muertas (1977), de Jorge Ibargüengoitia, crónica inspirada en la historia de Las Poquianchis. Además, existen canciones, cuentos, obras de teatro, pinturas o estudios sociológicos. 

EL MORBO ES LA NOTICIA

A 50 años de su surgimiento, la pregunta es una: ¿Cuál es el aporte de esta revista? Para el cronista Ignacio Trejo Fuentes su presencia es fundamental en el periodismo mexicano, pues se ha dedicado a registrar con profunda exactitud las tragedias que forman parte de la vida misma.

Dice Trejo Fuentes: “La nota roja no la hacen los periodistas, los editores o los dueños de los medios de comunicación. La nota roja la hace la vida. Es indispensable que se den noticias policíacas, porque la vida no es una fiesta, la vida no es color de rosa. Así que ni modo: los periodistas debemos estar ahí y registrarla”.

Luego se pregunta a sí mismo: “Porque, ¿qué es el periodismo? El periodismo es un registro diario del palpitar del mundo. El análisis, la editorial o la interpretación, son otra cosa. El periodismo, y esto es claro, se finca en la nota informativa, y la nota, para bien o para mal, se finca en actos terribles.

“A mí no me importa que un pastorcito encontró un arco iris en Nueva Zelanda. Pero si me dicen que en Nueva Zelanda asesinaron a una niña de 13 años después de haberla violado, eso es noticia, causa morbo. El morbo, como la vida, es la noticia”.

KITSCH DE LA MUERTE

Para el novelista y cronista Fabrizio Mejía Madrid, la importancia de Alarma! radica en que creó toda una estética en torno a cómo presenciamos la muerte. Se convirtió, en palabras de Mejía Madrid, en un marco de referencia de lo tétrico.

“Considero que Alarma! tuvo una presencia cultural muy importante a la hora de procesar, digamos, los cadáveres, y la nota roja. Tan importante como las fotografías de Enrique Metinides, quien también durante 50 años nos enseñó cómo se ve un muerto. 50 años de Alarma! me parecen de una importancia crucial, que llegó al rock de la mano de Botellita de Jerez o a la historieta con Hermelinda Linda.

“Una especie de kitsch de la muerte que en ese entonces, hace 50 años, estaba tan alejada de nosotros y hoy, lamentablemente tan cerca. Y es que hoy, después de todo lo que ha pasado en el sexenio de Felipe Calderón, esta importancia cultural ha perdido peso. Los cadáveres se ven por todos lados. Se volvió cotidiana la muerte, tanto como el prefijo “narco”: la narcofosa, el narcocrimen.

Sobre la estética de la muerte, el autor de Disparos en la oscuridad abundó: “La estética de la muerte es una estética muy vieja, muy antigua, donde, digamos, el encuentro con las vísceras, los cadáveres y los esqueletos es un asunto de verte con tus iguales. También tiene que ver con la manera de relacionarnos con la tragedia. Lo que nos iguala en la suerte, en el destino, es la muerte. Mientras no te pase a ti, te exorcizas y te congratulas”. 


Respecto al caso de Las Poquianchis, caso célebre de Alarma! que dejó boquiabierto a la sociedad mexicana, señaló: “Ese caso es muy significativo porque es nuestro A sangre fría de Truman Capote. Es a lo que podíamos aspirar en ese momento, con eso policías, con esos jueces, con esos testigos comprados. No es el origen, pero sí uno de los inicios de la crónica policiaca en nuestro país”. (Juan Carlos Aguilar García)   

09 abril 2013

Cuando el morbo se convirtió en noticia


En el principio fue el morbo. Morbo por las imágenes brutales que saciaron nuestros más vergonzosos placeres. Trancazos a doble página y a todo color que no dejaron lugar a la imaginación: la muerte revelada en todas sus formas. Luego un terrible miedo.

Alarma! eso ha sido: un catálogo de malas prácticas y castigos ejemplares donde -apuntó Carlos Monsiváis- “se conjugan el interés por asomarse a la mala suerte y a la voluptuosidad de lo horripilante”.



Vistas de reojo y a escondidas, las fotografías y las historias que se han publicado desde hace medio siglo espantan porque nos recuerdan nuestra fragilidad como seres humanos. Un pequeño accidente -o una imprudencia- puede reventar el delgado hilo sobre el que caminamos. Espantan porque nos restriegan nuestro lado más salvaje, para el que una piedra, unas tijeras o, mejor aún, las propias manos son la mejor arma para terminar con la víctima. Nos espantan porque nos revelan realmente de qué somos capaces. Nos espantan porque nos muestran a ese asesino potencial reflejado en el espejo.

Sin embargo -y aquí la paradoja- todas esas historias terribles también son un bálsamo para quien las ve. Un aliciente para cualquiera, no importa lo desastrosa y miserable que pueda ser su vida. A final de cuentas, el otro está peor porque forma parte de ese muestrario de tragedias. Está peor justo porque ya no está: ahora forma parte, ni más ni menos, de una de las páginas de la revista que creó todo un concepto informativo que se mantiene hasta nuestros días, en donde lo sangriento es el sello de la casa.

Sobre las imágenes inquisidoras, dice de nuevo Monsiváis: “Los cadáveres hacen alarde de su abandono o su descomposición, las prostitutas se enfrentan a la cámara que es la mirada reprobatoria, los criminales se dan tiempo para elegir su pose más temible, los travestis ríen o se apenan entre risitas, las niñas lanzan contra los sátiros el índice de la virginidad aplastada”.   

PARECE QUE FUE AYER…

Alarma! es heredera de un cúmulo de secciones y revistas policíacas que se publicaban con regularidad desde las primeras décadas del siglo XX. Primero hicieron lo suyo periódicos como El Universal, La Prensa y El Popular, los cuales insertaron sendos apartados dedicados a la nota roja en medio de la información general. El éxito fue rotundo.

El público bebió interesado dramas que, de manera inexplicable, hasta eran producto de orgullo: “¡Uno de los asesinos más sanguinarios es mexicano!” O: “Los gringos tienen muy buenos asesinos en serie, pero éste no les pide nada”.

Fue tanto el interés del público por enterarse de las historias criminales más terribles que producía día a día nuestro país, que no pasó mucho tiempo antes de que surgieran revistas especializadas como Crimen, Alerta y Magazine de policía.

Todas estas publicaciones fueron el germen que años después, en abril de 1963, vería nacer la revista que ahora usted tiene en sus manos. Es cierto que, como digo, Alarma! es heredera de todas estas publicaciones policíacas, pero realmente bebió muy poco de ellas. 

Las historias y fotografías eran golpes certeros ante los cuales nadie quedaba a salvo. Desde el principio sólo se dieron a conocer las historias más trágicas, las más alarmantes, haciendo honor al nombre de la revista que, por otro lado, erizaba la piel tan sólo con ver su logotipo.

Ya sabemos: la palabra “Alarma!” –que desde entonces apareció con un solo signo de admiración- escrita como por un dedo sangriento. En otras palabras: no era una publicación policíaca más; era, ante todo, el surgimiento de un concepto, un estilo de informar, que a la postre se convertiría en toda una referencia periodística.



Este concepto fue creado por el periodista Carlos Samayoa Lizárraga, autor también del célebre título: “Matóla, violóla y encostalóla”, que permanece ya inscrito en la mente de los mexicanos. Basta que alguien lo escuche, para que dibuje una pequeña sonrisa y recuerde después alguna historia leída en un viejo ejemplar de Alarma!, que en sus mejores épocas llegó a imprimir más de dos millones de ejemplares.

MALOS PENSAMIENTOS

Pero, ¿cómo entender a una revista como Alarma!? Una publicación tétrica, por decir lo menos, que presenta a la muerte en medio de un humor ácido, recalcitrante. Basta ver algunas de sus cabezas para entender de lo que hablo: “Sonó un tiro y Juan Manuel sólo dijo: ¡Ay!”, “Le gritó: ¡te voy a matar!, y que lo va cumpliendo” o “El mujercito quiso pedir perdón, pero ya estaba muerto”.

En Alarma! las cabezas juzgan, aniquilan. Los adjetivos son aplastantes y enjuician “al mujercito, a la hombrecita, al hippie greñudo o al casado rabo verde”. El ridículo como forma de castigo por todas las fechorías cometidas por el “vil raterazo, el viejo calenturiento, la mala madre o el hijo ambicioso y sin escrúpulos”. Nadie queda a salvo. Todos, de una manera u otra, pasan por la filosa cuchilla de sus páginas.




Pero entonces, ¿cómo entender a una revista como Alarma!? ¿Es necesario hacerlo? Su aportación, además del periodístico (en sus páginas se dan a conocer hechos policíacos de todo el país) debe encontrarse en que nos descifra como sociedad. Nos desviste y nos trae a la memoria nuestro pasado particularmente violento.

No sólo eso. Funciona como una válvula de escape, que libera la violencia contenida, los malos pensamientos. La suya es una lectura catártica que al final termina por liberarnos, tal y como hace un libro o una película.

En medio de un mercado saturado de publicaciones de nota roja -incluso de aquellos grupos editoriales que critican la exhibición de la violencia- ésta, la catarsis, es su mayor aportación. Una mala broma que nos provoca una sonrisa perpleja y nos permite observarnos al interior de nosotros mismos.

Al final del tiempo, cuando se prepare un publicación conmemorativa por los 100 años del surgimiento de Alarma! quedarán dos cosas. El registro puntual de los acontecimientos trágicos que marcaron determinada época (“si dice 23 balazos, es porque le dieron 23 balazos”) y la función social que cumplió, aunque no fuera del todo consciente. (Juan Carlos Aguilar García)

  

01 enero 2013

¡Tacos, joven!


La Ciudad de México, inabarcable y descomunal como es, tiene entre sus hijos consentidos a todos aquellos personajes populares que proveen a sus paseantes de un poco de diversión y risas y, desde luego, alimento rico y balanceado, que siempre cae bien cuando uno anda en la calle con el estómago pegado al espinazo.

Merolicos, payasos de crucero y organilleros, por un lado. Por otro, el tortero, el camotero (provecho) y los múltiples vendedores de papas y chicharrones preparados. Pero esperen, ellos son poco sin nuestro personaje más querido: el taquero, proveedor de tantos placeres para todos los famélicos defeños.

Hay tacos de todo tipo y para todos los presupuestos. Conozcamos un poco más de ellos a través de la pluma del periodista Ricardo Cortés Tamayo, quien en 1974 publicó el libro Tipos populares de la Ciudad de México, en donde dedica unas páginas a estos héroes del taco placero.    

DOS CON TODO
Antes, era cosa de ver y por supuesto de comer, el taquero salía a la calle. La gente aún no deletreaba el silabario de la salubridad ni, analfabeta, desentrañaba los tratados de buenas costumbres, y era por eso que se arremolinaba en rededor de nuestro hombre.

El taquero, apresurado el movimiento, encrespado el gesto por el asedio, pero el pecho en la satisfacción de la demanda, como nada más diciendo que calmantes montes, alicantes pintos, pájaros cantantes. Y que para todos hay como no arrebaten.

Sin embargo, no para todos había: quien por pedidos no los alcanzaba y quienes, aquellos de todas las grandes ciudades como la nuestra, un día comiendo y otro ayunando; aunque fuesen los tacos a cincuenta centavos, o a menos.

Abundó antes, pues, el taquero ambulante de grandes canastas, rimero de papel estraza cortado en cuadros de quince centímetros por lado. La canasta sobre la tijera de palo -de uno de los maderos transversales pendiente el frasco de los chiles en vinagre-, que bajo servilletas arropadas resguardaba los tacos calientitos, sudados, vaporosos; suaves plumones maizales.

Taqueros dignos de esos cordones azules que condecoran, en lugares como Francia, a los grandes cocineros llamados chefs, ésos llevando sobre la cabeza altos gorros almidonados de blancura impecable de los cuales parece va a salir un conejo blanco sobre la cacerola de hervidos aceites y allí extender las largas orejas y los redondos ojos colorados; unos ojos colorados igual a las cerezas que en los cocteles que allí, en los restaurantes popofianos, sirven sobre manteles también blancos cruzados de paños rojos como las capas de los cardenales.

Pero estamos hablando de México y de darle gusto al gusto que son, todavía porque ahora se han refugiado en los angostos quicios de los zaguanes, los tacos de canasta.

El irresistible picor de los de chicharrón; la molicie de los de mole; los de tinga que enredan la lengua en la pasión sabrosa; los de frijoles, espasmo de la delicia. Y todavía el pregón glorioso: ¡Tacos, joven!      

PURO ESTILACHO
Hoy día los taqueros han evolucionado, tienen casa puesta, vamos, establecimientos en viviendas y edificios con puertas a la calle; los hay que arrancaron, entre estos, de tiempos difíciles de la canasta sobre su tijera de palo, pero si lloran no se acuerdan de las aceras mojadas o ardorosas de sol ni los techos de láminas o asbestos de los puestos semifijos.

No usan ya turbios delantales quebradizos a mantecas negras y huellas digitales impresas con salsas endiabladas, sino pecheras como camisas porfirianas; espejeando almidones y, en un tris, botonaduras preciosas.   

Se han vuelto, muchos, presumidos; aunque esto de la presumida sea según y conforme el color de la taquería, porque los hay como siempre los ha habido, unos capaces de doblar el pilón de los chiles encurtidos, esos panzoncitos que se aplastan entre los clientes y en ellos y el paladar van dejando pulpa y sangre picosas pero sabrosas; otros incapaces de dar al cliente dos servilletas de estraza, por aquello de que el papel anda, como todo, por las nubes.

Hay taqueros de carquís instalados por zonas rosadas o doradas que cubren la cabeza con gorros de esos parados que ya llevamos hablados, dispuestos a saltar la magia de un conejo blanco de ojos redondos y colorados; o como cualesquiera cachucha o pelambre de la barriada, lo mismo en Dr. Balmis en las cercanías con Manuel Payno que por Santa María la Redonda a inmediación de Francisco González Bocanegra, dispuestos a disfrazar gato por liebre, perro golondrino por carnero lanudo, si se trata de tacos de barbacoa; y si de longanizas olorosas y chorizos incitantes caballejo de pica por vaca retozadora y pensativa.

Los hay de taquerías donde hay que comer como las reglas de morder tacos mandan y es oprimiendo el rollito de la tortilla suavecito entre los dedos de la mano, la izquierda si uno es Vicente Saldívar, o la derecha si uno es Rafael Herrera o Rubén Olivares; el índice, el cordial, el anular arriba; el pulgar y el meñique abajo, levantándole un poquito los extremos para eso, para no regarla.

Bueno, éstos son los taqueros que ponen por delante plato y servilleta, sales y salsas, que ya las cerbatanas y refrescos van a petición del público. (Juan Carlos Aguilar García)  

30 diciembre 2012

Es tarde para la vida pero no para la justicia: Jon Lee Anderson

Hace algunos días, durante su visita a nuestro país, el escritor y periodista estadounidense Jon Lee Anderson -corresponsal de guerra para The New Yorker- afirmó respecto de las miles de víctimas que dejó (y sigue dejando) la supuesta guerra que el gobierno de Felipe Calderón emprendió contra el narcotráfico: “Ya es tarde para la vida, pero no es tarde para la justicia”.

Activistas y defensores de derechos humanos coinciden que en algunos años, cuando termine esta pesadilla y los periódicos informen de la última muerte ligada a esta tragedia nacional, tendrá que venir forzosamente un juicio legal contra todos los responsables, tal y como sucedió en Argentina o Chile, por citar sólo dos ejemplos.

Pero ¿de qué se les enjuiciará a los culpables?, ¿cuáles serán sus cargos?, ¿cómo saberlo cuando el gobierno saliente ha procurado una serie de candados para que esa información quede reservada? O, peor aún: ¿cómo saberlo cuando la información simplemente no existe? No hay, por ejemplo, una cifra exacta de cuántos muertos y cuántos desaparecidos; cuántos inocentes y cuántos culpables.

Aquí es justo donde entra una pieza clave: el periodismo, fundamental para construir la memoria histórica de un país. Conscientes de esto, reporteros de todo México,  remando contra todas las adversidades, llevan a cabo dos labores importantísimas. Primero: realizan el conteo de víctimas y desaparecidos. Ya lo dijo el periodista Diego Enrique Osorno en estas mismas páginas: antes que nada es necesario conocer el tamaño del problema, saber dónde estamos parados, para después buscar las soluciones.

Y segundo: hacen la narración detallada de los hechos, a través de miles de crónicas, que además tienen la virtud de explicar por qué ocurrieron estos acontecimientos.
NARCOHISTORIAS

En los últimos seis años, ha habido un boom en la crónica periodística en nuestro país. Se han editado decenas de libros sobre el tema, desde distintas perspectivas y con diferentes niveles de calidad. Con el tiempo se sabrá cuáles son los clásicos que no debemos dejar de leer para comprender este ominoso capítulo de nuestra historia.

Sin embargo, algunos de estas obras se volvieron imprescindibles desde el momento mismo de su publicación. La primera de ellas es Los señores del narco de la periodista Anabel Hernández.

Publicado en noviembre 2010, el reportaje pone al descubierto las profundas y añejas complicidades de la clase política con el narcotráfico. Basada en una profunda investigación en la que tuvo acceso a documentos inéditos, testimonios de expertos en el tema, gente relacionada directamente con los cárteles de la droga y autoridades policiacas, la autora hace un exhaustivo recorrido por el tráfico de marihuana y cocaína desde la década de los setenta hasta nuestros días.

Hace cuarenta años, dice la autora, los roles estaban muy bien definidos: el gobierno controlaba a los narcotraficantes, a quienes incluso cobraba cuotas ya establecidas para permitirles cruzar la mercancía por todo el país. Había acuerdos claros en los que ambos bandos tenían jugosas ganancias.

Sin embargo, la ambición era mucha. Las cosas cambiaron en poco tiempo. En la siguiente década, los capos ya habían logrado no sólo corromper a algunas autoridades, sino que habían conseguido que se cambiaran de bando.

Con esto, sucedió que el poder del gobierno sobre los narcotraficantes se desdibujó, lo que derivó en la situación en la que ahora nos encontramos: capos que controlan su negocio y que además tienen tanto poder económico que les alcanza para tener también poder político. Son ellos quienes deciden quién gobernará municipios y estados. El gobierno, ahora, al servicio del narco. La llamada narcopolítica, que ha permitido que personajes como Joaquín “El Chapo” Guzmán se convirtiera en poco tiempo en uno de los narcotraficantes más poderosos del mundo. Con esta colusión de intereses, Anabel Hernández se pregunta: ¿existe realmente una guerra contra el narcotráfico?
























LOS ZETAS
Otro libro relevante por la cantidad de información (y revelaciones) que se encuentra en sus páginas es La Guerra de los Zetas del periodista Diego Enrique Osorno.
Publicada en este 2012, la obra reúne 14 crónicas, producto del largo recorrido que Osorno hizo por Tamaulipas y Monterrey, en su afán por seguir de cerca a la que es considerada una de las organizaciones más sanguinarias de los últimos tiempos.

Para el también autor de País de muertos es muy claro que esta supuesta guerra contra el narcotráfico es incitada por la misma clase política por los beneficios políticos y económicos que ésta trae. La guerra como un negocio lucrativo que nadie quiere detener y que contagia a la población.

“La violencia extrema no es desgraciadamente particularidad de uno u otro bando, está ya desbordada, porque tuvimos un presidente que irresponsablemente usó el tema del narcotráfico para resolver su crisis política, y permitió que se levantara toda una industria de guerra a la que no le interesa en lo más mínimo resolver el
tema del narcotráfico. 


“Lo que le interesa es mantener su maquinaria aceitada, funcionando, para que quienes la controlan sigan teniendo una importancia en el poder político y para que algunos también se beneficien económicamente. 

“A ellos no les importa que los Zetas desaparezcan ni nada; les importa mantener este planteamiento de que la violencia se resuelve con violencia. Esta dinámica hace que todos los grupos involucrados, e incluso los ciudadanos de a pie, se vuelvan muy violentos”, afirma Osorno.

Con diferentes perspectivas, el mensaje en el fondo es el mismo: ni olvido ni perdón para los responsables de los miles de muertos que marcaron de rojo sangre el sexenio de Calderón.

La memoria histórica está en cada reportaje, en cada crónica y en cada nota publicada sobre este tema. Ahí está la prueba irrefutable de lo que ocurrió y que no pocos involucrados ya empiezan a negar tajantemente. (Juan Carlos Aguilar García)